Entrar al Centro Cultural Santa Cruz en estos días es como atravesar un umbral hacia algo nuevo. No solo por la disposición espacial de la muestra “Comunalidad: Prácticas Decoloniales” enmarcada en el programa Pulso Creativo de la Secretaria de Estado de Cultura, sino por la energía que emana de las obras: una explosión de color, técnicas y formatos que se alejan de lo estático y te invitan a interactuar. Hay movimiento, hay cuerpo, hay alma. Recorrer esta exposición es transitar el futuro del arte en Santa Cruz.
Para quienes hemos visitado otras muestras en este mismo espacio, el cambio es evidente. Los tonos tierra y las imágenes de paisajes —tan presentes en la tradición visual patagónica— ceden lugar al color vibrante, a la diversidad técnica, a una estética que ya no contempla el sur desde afuera, sino que lo vive desde adentro. Con dolor, con deseo, con memoria. Dejamos atrás la contemplación de este territorio para habitarlo, incluso cuando duele. Pero también, y sobre todo, con la alegría de estar aquí, de seguir creando, de seguir diciendo.
Las temáticas que atraviesan las obras son tan urgentes como profundas: la salud mental, el cuidado del ambiente, la protección de nuestros recursos naturales, la prostitución, la marginalidad, la identidad y la diversidad de género. Cada artista, desde su lenguaje, propone una forma de mirar lo que muchas veces se oculta. Y lo hace desde una práctica situada, joven, rebelde, que interpela sin pedir permiso.
Pulso Creativo no es solo una muestra. Es el resultado de un proceso de formación, acompañamiento y creación colectiva impulsado por la Secretaría de Cultura de Santa Cruz. Durante un mes, 15 artistas emergentes trabajaron junto a la curadora Patricia Viel en clínicas de obra, intercambios y sesiones de producción. El eje fue la comunalidad: pensar desde el “nosotros” antes que desde el “yo”. Y también lo decolonial: cuestionar los cánones estéticos dominantes, recuperar saberes locales, y construir desde el margen una nueva centralidad.
En las palabras de Viel, “la comunalidad no es solo una forma de trabajar, es una forma de estar en el mundo. Es el arte como práctica colectiva, como gesto político, como acto de cuidado.” Esa mirada curatorial atraviesa toda la muestra y da contexto a las obras que presentamos a continuación, organizadas por ejes temáticos que permiten leer el conjunto como un mapa sensible de lo que nos pasa, lo que nos duele y lo que queremos transformar.
La mirada curatorial: Patricia Viel y el arte como práctica colectiva
La curadora Patricia Viel no solo acompañó el proceso artístico de Pulso Creativo, lo habitó. Durante semanas, trabajó codo a codo con los 15 artistas seleccionados, guiando clínicas de obra, proponiendo lecturas, habilitando preguntas y sosteniendo espacios de escucha. Su rol fue el de una mediadora sensible, una facilitadora que supo leer las búsquedas individuales y convertirlas en una experiencia compartida.
“La comunalidad no es solo una forma de trabajar, es una forma de estar en el mundo”, dice Viel. Y esa frase parece resonar en cada rincón de la muestra. Porque lo que se ve en sala no es solo el resultado de procesos individuales, sino el eco de una construcción colectiva, donde cada obra dialoga con las demás, se potencia, se tensiona, se acompaña.
Viel propuso pensar el arte como práctica situada, como gesto político y como acto de cuidado. Desde esa perspectiva, la curaduría no se limitó a seleccionar obras: fue una trama tejida entre voces, materiales, territorios y afectos. El concepto de comunalidad —tomado de investigadores de ciencias sociales en México, especialistas en pueblos originarios y resignificado en clave patagónica— se convirtió en una brújula para pensar el “nosotros” antes que el “yo”, para entender que el arte también puede ser una forma de comunidad.
En paralelo, la noción de prácticas decoloniales atravesó el proceso como una invitación a cuestionar los cánones estéticos dominantes, a recuperar saberes locales, a mirar desde el margen sin pedir permiso. “Lo decolonial no es solo una crítica al eurocentrismo, es una forma de volver a mirar lo que tenemos cerca, lo que nos constituye, lo que nos duele y lo que nos da fuerza”, sostiene Viel.
Lo que el arte dice cuando habla desde adentro
Las obras de Pulso Creativo no solo se exhiben: se confiesan, se rebelan, se abrazan. En cada trazo, cada retazo, cada gesto mínimo, hay una voz que se anima a decir lo que nos pasa. Desde la salud mental hasta la identidad, desde el deseo hasta el territorio, los artistas construyen una narrativa colectiva que transforma el dolor en potencia y la memoria en futuro.
Cada obra es una puerta abierta a lo que nos pasa. Hay piezas que hablan del cuidado, de los vínculos que nos sostienen, incluso cuando son breves o silenciosos. Camila Herrera los llama “lazos débiles”, y los convierte en camafeos mínimos que guardan memorias afectivas. Otras obras se sumergen en lo que duele: la salud mental, la angustia, el encierro. Joel Lenis lo dice sin rodeos: “El comienzo de la salida es poder hablar.” Sol Lalanne, por su parte, recolectó durante años prospectos de medicación psiquiátrica, y los transformó en una instalación que interpela desde lo íntimo y lo social. Hay artistas que eligen incomodar, como Briza Gómez, que aborda la prostitución en Río Gallegos desde una mirada crítica y poética. “Me gusta generar incomodidad... algo que te deje pensando”, dice.
La identidad aparece como un pulso constante. Gabriel Macede trabaja desde el reciclaje textil y la moda sustentable, pero también desde su experiencia como artista queer santacruceño. “Mi obra habla de ir en contra del viento y rebelarme”, afirma, y esa rebeldía se vuelve forma, color y manifiesto. Señor Corcho y Azul Devincente también tensionan los límites del cuerpo, el deseo y la representación, con obras que se mueven entre lo performático, lo digital y lo autobiográfico. En otras piezas, el territorio se vuelve protagonista: no como paisaje contemplativo, sino como espacio vivido, dolido, transformado. Nazarena Almonacid retrata animales patagónicos en situación de crisis, y Malena Ruiz convierte el barro en memoria ancestral. “Santa Cruz es una provincia rebelde”, dice Gabriel, y esa frase parece resonar en cada rincón de la muestra.
Hay quienes trabajan desde el gesto mínimo —una acuarela, un trazo, un retazo— y quienes apuestan por la instalación, el video o el textil. Pero todos, de alguna manera, están diciendo lo mismo: que el arte puede ser un lugar para pensar lo que nos pasa, para compartirlo, para transformarlo. Que no estamos solos. Que hay comunidad. Que hay futuro.